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Notas de campo: Semana 5 – Merodeadores

Historia
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Patrullar en solitario siempre es una mala idea, pero a veces no hay otra opción si queremos cubrir suficiente terreno. Estaba cerca del Jardin des Plantes, manteniéndome en perfil bajo, cuando los escuché—voces, bajas y roncas.

Merodeadores.

Me agaché entre la maleza, apretando el rifle mientras espiaba entre las hojas. Eran cuatro, armados con armas rudimentarias: tubos, machetes, un viejo rifle de caza. Reían, pasándose una botella de algo.

Debieron de saber que yo estaba allí, porque en cuanto me moví para escabullirme, uno gritó:
“¡Sal, mon ami! Solo queremos hablar.”

Salí corriendo.

No llegué ni a quince metros antes de tropezar con un callejón sin salida—una pared de raíces retorcidas, demasiado alta para escalar. Me giré, rifle en mano, justo cuando el primer merodeador salió de entre los arbustos. Sonreía, con dientes amarillos y desiguales, y alzó su machete.

“No tienes a dónde huir”, dijo, mientras los otros se acercaban detrás de él.

Y tenía razón. Tenía la espalda contra la pared, pocas balas, y cuatro contra uno no era una pelea que pudiera ganar. Al menos no con balas. Pero entonces miré hacia arriba.

Colgando de las ramas sobre nosotros había racimos de semillas que nunca había visto antes, brillando tenuemente en la penumbra. Recordé lo que le pasó a Gabriel.

Sin tiempo ni ideas, levanté el rifle y disparé, apuntando alto. El disparo retumbó, y las semillas cayeron, sus cápsulas abriéndose en pleno aire.

Los merodeadores nunca supieron qué los golpeó.

Las semillas se lanzaron hacia ellos, zumbando como avispas enfurecidas. Una explotó al impactar, destrozando al líder. Otra persiguió al hombre del rifle y detonó justo cuando intentaba huir.

Los últimos dos intentaron dispersarse, pero las semillas no cedieron. Una explotó al borde del claro, y el último merodeador—el bastardo—corrió directamente hacia mí, esperando usarme como escudo. La última semilla lo alcanzó a solo unos pasos de distancia, la explosión me arrojó de espaldas.

Cuando el humo se disipó, yo era el único que quedaba en pie.

Estas semillas me salvaron la vida, pero no hacen distinciones. Mi abrigo está hecho trizas, y tengo una herida en la pierna. Pudo haber sido peor. Debió haber sido peor.

Mientras cojeaba de vuelta al Arco, no podía quitarme de la cabeza la imagen de las semillas persiguiendo a esos hombres, como si el bosque mismo los quisiera fuera de allí.

Quizás así era.

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